Algunas reflexiones sobre la despedida de Fidel Castro y un libro del cubano Julio César Guanche: "En el borde de todo, el hoy y el mañana de la Revolución cubana" (Ocean Sur, 2008).

Los hombres no hacen revoluciones para ser revolucionarios sino para poder ser –por fin- reformistas. Es decir, para alcanzar ese horizonte abierto -como el de un software libre- en el que se puedan introducir cambios a la medida de las necesidades de los ciudadanos, de acuerdo con su intervención consciente, en el marco pugnaz de las limitaciones tecnológicas y naturales. Al contrario de lo que pretende la propaganda, lo que caracteriza al capitalismo es que excluye y castiga las reformas; y si contra él hay que hacer la revolución es precisamente para poder ser moderados. Como en los cuentos infantiles, hace falta siempre una pequeña prohibición para liberar las voluntades y alcanzar la felicidad: respetar un árbol, negarse un alimento, mantener cerrada una habitación. El socialismo sólo impone un límite, sólo exige un mandamiento, y es mucho más modesto y realista que el precepto cristiano que nos invita a amarlo: “no te comerás a tu prójimo”. La paradoja del capitalismo es -al revés- la de que no prohíbe nada y, por lo tanto, lo encadena todo; no impone ningún límite y por eso mismo acaba sometiendo todas las voluntades a la libertad de la antropofagia, cuyo ejercicio mismo inhabilita, a fuerza de antipuritanismo, todas las otras libertades. El gran éxito propagandístico del capitalismo, y su solapamiento fraudulento con los valores ilustrados, tiene que ver con el hecho paradójico, en efecto, de que impone una feroz y criminal tiranía a fuerza de acumular libertades. Las constituciones llamadas “democráticas” de Europa y EEUU proclaman el derecho a la vivienda, a la salud, a la educación, al trabajo, a la libre expresión, a la vida, a la igualdad y a la seguridad -condiciones todas de la libertad individual-, y su incumplimiento material no es el resultado de una intervención anticonstitucional contra ellas sino justamente de la maximización de las libertades individuales. Para que todos estos derechos queden de hecho anulados sin necesidad de desmentidos ni interdicciones es suficiente con añadir un derecho más y dejar que se imponga por sí solo: el derecho a comer hombres. Basta con liberar y liberar y liberar para que todo quede definitivamente atado, cerrado, imposibilitado; y basta -al contrario- con prohibir una sola cosa para que se abra de pronto un umbral donde la voluntad puede decidir -para bien y para mal- sobre todo lo demás.

Cuba es el único país del mundo donde esta constitucionalmente prohibido el canibalismo. Eso es el socialismo; es decir, un marco material de Derecho donde no se puede querer la explotación del otro, el hambre del otro, la infelicidad del otro, la muerte del otro. Pero una vez que nos hemos emancipado de los dictados de la naturaleza (“comeos los unos a los otros como os coméis a vosotros mismos”), todo está todavía por hacer; comienzan entonces los dilemas, las deliberaciones, los ensayos, los cambios, eventualmente los errores -todo lo que define propiamente el campo de lo político- y esto en un contexto que es el resultado al mismo tiempo de las decisiones anteriores y de las constricciones estructurales (a las que en el caso de Cuba se suma la estrechísima armadura de la agresión estadounidense). Aquí, por primera vez, cada hombre cuenta. Sólo un hechizo estupefaciente puede hacernos creer que el capitalismo garantiza las diferencias individuales -mientras que el socialismo funde a los ciudadanos en una especie de gris hormigón holístico. Es todo lo contrario. Bajo el capitalismo, no sólo los individuos son todos sustituibles e intercambiables -en la producción, en el mercado y delante de la televisión- sino que lo son también en la esfera política, como lo demuestra el hecho de que los votantes vean reducida su libertad, por debajo del radiante colorismo electoral, a la elección de un mal menor: Obama/McKein, Zapatero/Rajoy, Berlusconi/Veltroni. Al contrario, bajo el socialismo no sólo la vida, la salud, el bienestar, la educación de cada ciudadano importan, sino que la personalidad -unidad integrada e insustituible de cultura, intuición, buen juicio y carácter- es la que determina el curso de los acontecimientos. Que Fidel sea irremplazable quiere decir solamente que los hombres y mujeres irreemplazables que ocuparán su lugar pueden aprender de él; pero que Fidel sea irreemplazable quiere decir también que, para que los hombres y mujeres que ocuparán su lugar lo sean asimismo a su manera propia, es fundamental mantener abierto el umbral de todo aprendizaje y toda decisión: la prohibición del canibalismo. Fidel no ha luchado para ser insustituible sino para que todos los cubanos -y todos los humanos- lo sean (y por eso, dicho sea de paso, el decoro, elegancia, inteligencia y realismo de su gesto produce una alegría tan luminosa -como todas las cosas universales- que casi anula la tristeza particular, privada, de su renuncia).

El socialismo es, sí, la posibilidad de hacer cambios; es decir, de aspirar no a un mal menor sino a un bien mayor. Desde hace más de un año, antes y después del anuncio de Fidel, toda la propaganda occidental gira en torno a este fraude ideológico orientado a inducir un falso suspense -y quizás una reacción interna- y a engañar, no ya sobre la realidad de Cuba sino sobre la verdad del capitalismo: “continuidad o cambio”, especulan los analistas del Miami global. Pero no es la disyunción sino la conjunción la que, como recuerda Juan Valdés Paz, preside el futuro socialista de Cuba: “continuidad y cambio”. Esa es la diferencia respecto del capitalismo, cuya sísmica parálisis queda fijada en la inversión de la divisa: “cierre y catástrofe”. Cuba debe mejorar porque puede mejorar y si no lo hace no podremos responsabilizar a las tempestades del mercado ni a la “coyuntura” económica -bajo la que esconden y mediante la que declaran su impotencia interesada los gestores del capitalismo- ni tampoco al bloqueo y el terrorismo exterior -bajo cuya ala siniestra reptan en la isla contados corruptos- sino a sus hombres y mujeres, héroes banales en guayabera que desde hace cincuenta años se prohiben a sí mismos el canibalismo (y también será culpa nuestra, que desde fuera no hacemos al menos el esfuerzo de conocerlos y aprender de ellos). Cuba debe mejorar porque, al contrario que el capitalismo, puede mejorar; de reforma en reforma, a reculones y empellones, con el embrión bien asentado en la conciencia, como ha podido y no como ha querido -por citar a Pérez Roque- prefigura ya, en cualquier caso, la imagen que resume el socialismo: la de un colectivo de humanos tranquilos que ordenan libremente, y cambian de sitio, sus propiedades en un campo abierto. La imagen del capitalismo es exactamente la contraria: la de un frasco cerrado que una mano agita violenta e ininterrumpidamente. En un campo abierto podemos errar el camino. Un frasco cerrado sacudido con violencia sólo puede estallar.

“Hay que volver a cambiar”, decía Fidel Castro en el famoso discurso de la Universidad el 17 de noviembre de 2005. Con este largo discurso comienza precisamente En el borde de todo, el libro compuesto y catalizado por mi admirado amigo Julio César Guanche, del que quiero hablar brevemente -mientras hablo de otras cosas- porque cobra un particular interés tras la carta de despedida en la que el comandante ha anunciado la continuidad de la revolución. El discurso de la Universidad en sí mismo, arranque y estímulo de las reflexiones incluidas en sus páginas, tiene un enorme valor educativo para los izquierdistas occidentales, que en general sólo hemos leído fragmentos o extrapolaciones. Hay que leerlo entero porque razonar no es transportar contenidos -rodajas de razón- sino iluminar conexiones; y hay una manera de razonar que, incluso cuando se equivoca, incluso cuando verbosea, tiene ya la cadencia, la marea, la forma del socialismo. Al contrario que la mayor parte de nuestros intelectuales, que quieren saber qué tesoros guardan dentro, Fidel Castro jamás se pone a pensar para averiguar cómo piensa Fidel Castro sino para solucionar un problema y es el problema mismo el que fija la orografía del discurso completamente al margen de la vanidad del razonante. ¿De qué habla Fidel en el famoso discurso? De bombillos incandescentes y de la supervivencia de la especie humana. Es decir, el comandante anuda ininterrumpidamente esos dos extremos entre los cuales, no por casualidad, se mueve sin cesar, evitando ambos, el análisis -pero también el arte, la novela, la política- capitalista. Bombillos, ¡qué mezquindad! La especie humana, ¡qué grandilocuencia! Al contrario de lo que ocurre bajo el socialismo, bajo el capitalismo las bombillas se encienden y se apagan solas o, mejor dicho, están siempre encendidas, mediodía perpetuo, cenit autómata, pirotecnia incesante de mercancías que confiere a la destrucción ese aire siempre alegre, luminoso, generoso y despilfarrador que fascina incluso a sus víctimas. Pero es que hace falta acumular y acumular la luz para obscurecer el mundo; hace falta mucho desenfado elegante, mucha graciosa despreocupación, mucho desdén aristocrático por el detalle para incendiar las naves y zapatear bajo el reflector; hace falta mucha alegría para provocar -y aguantar- tanto dolor. El capitalismo moviliza la energía de 100 planetas tierra para matar un niño a la luz de una bengala y respondemos con un aplauso de admiración; el socialismo ahorra 300 kilovatios en una casa -que sigue cocinando y leyendo- para salvar la vida a un niño en un hospital público y nos parece deprimente. Contra esta destrucción del gasto, contra esta corrupción del gusto, razona Fidel, razona el socialismo, introduciendo una verdadera “economía” a fin de conectar los dos extremos -la cocina y la Tierra, el cuerpo y la Humanidad, esos dos límites sagrados cuya relación esconde el capitalismo bajo el mismo lujoso resplandor sin el cual no puede existir y con el que nos está matando. Esa es la diferencia entre la generosidad y la tacañería, entre la elegancia y la grandilocuencia. La destrucción no necesita de nuestra intervención y se encomienda al automatismo del mercado; la supervivencia de la especie, en cambio, sólo puede ser planificada. El generoso y elegante canibalismo vacía espontáneamente el corazón del mundo. El mezquino y grandilocuente socialismo planifica trabajosamente la salvación de la Humanidad. Y por eso mismo el socialismo, con sus cálculos de ama de casa y sus amonestaciones de maestro, es mucho más bello, y no sólo mucho más justo, que el boato de los plásticos y la pompa de los electrodomésticos; y por eso mismo el que no sepa ver esta belleza -estricta lógica platónica- es no sólo una persona ignorante y desahuciada para el arte sino que está además moralmente mutilado.

Pero el discurso de la Universidad no es sólo una lección de orografía mental socialista sino también o sobre todo -ahora lo vemos con más claridad- una alarma, una interpelación, una descarga eléctrica aplicada a la base social y dirigente de la revolución. Testamento, manual y programa, hacía falta considerar la revolución al mismo tiempo muy consolidada y muy amenazada para plantear en voz alta la posibilidad de su “reversibilidad desde dentro”. Las contradicciones acumuladas durante el período especial y la nueva posición de Cuba en el marco internacional iluminaban e iluminan contemporaneamente la envergadura de los peligros y los formidables recursos, humanos y políticos, ya sedimentados para afrontarlos. Corolario y aguijón de la Batalla de Ideas, la hipotética “reversibilidad del socialismo”, enunciada en público y por la máxima autoridad moral de la revolución, abre el hueco de una conciencia urgente en la que las palabras y las acciones adquieren una dimensión práctica equivalente; y apremia además un debate que se está ya haciendo, que está por hacer, que hay que seguir haciendo, porque de él depende -depende- la afirmación de la prohibición del canibalismo en Cuba y también -puesto que dependemos de ellos- en el resto del mundo. La pregunta por la “reversibilidad” aísla y revela una de esas “junturas” o “hiatos” temporales, angustia de los mil caminos de la libertad presentes en cada instante, que nos pasan desapercibidos en la ilusoria continuidad de la duración histórica: la rendija que llamamos límite. De eso se ocupa En el borde de todo y de eso hablan sus protagonistas. “Este libro”, dice Julio César Guanche en su preámbulo, “que podría haberse escrito de muchas maneras, se sitúa en el límite: aquí todos están en el filo del «depende». Para otros, la respuesta sería de «sí o no», o harían un mohín ante la pregunta [sobre la “reversibilidad”]. Pero los que aquí participan reconocen en esta hora un borde de la historia que no se puede franquear con ardides para ganar tiempo. En «el borde de todo» no está quien se encuentra de pie frente a un abis­mo, si es el precipicio todo lo que resta, sino el que está parado en un límite donde todo es posible: ganar tierra firme y construir una vida sobre la roca, o rodar por el barranco”. Depender es justamente aceptar el “depende” comprometido e individual del que pende nuestro destino colectivo.

La idea misma de “reversibilidad” inscribe la revolución, obligada desde hace cincuenta años a vivir al día, en una perspectiva histórica. Esa es una buena noticia, por mucho que vaya acompañada de la dolorosa transparencia de la más grave responsabilidad (que es como una encía sangrante o un reuma interno e implacable). Pocos intelectuales están tan bien preparados como Julio César Guanche para acometer esta tarea y fecundar y arrumar este debate. Licenciado en Derecho, su amplia formación teórica e historiográfica le ha llevado a interesarse sobre todo por los múltiples hilos o raíces que desembocan desde muy atrás en enero de 1959, tratando de romper con el esquema un poco mitológico del paso de un “cero absoluto” a un “uno continuo” (interés ya brillantemente expuesto en su La imaginación contra la norma). En todos sus trabajos Guanche insiste, en efecto, en dar a la revolución no sólo “duración” sino también “tiempo”, no sólo existencia sino rugosidad temporal; para eso, claro, hace falta precisamente el tiempo material del que la revolución ha carecido hasta ahora, sitiada en el presente más angosto de la supervivencia y la pelea, pero que ahora puede y debe recorrer por primera vez, en ambas direcciones, en toda su extensión: puede porque la revolución está consolidada; debe porque la revolución está amenazada. No es, pues, la curiosidad intelectual o la erudición histórica la que mueve al autor hacia el pasado sino el impulso y el compromiso revolucionario y la convicción, ya performativa, de que el conocimiento es tan determinante y material como un tractor o una fresadora, tal y como afirma en el arranque de En el borde de todo: “la probabilidad de recuperar todo el pasado tiene que ver también, punto por punto, con la posibilidad de apropiarse de todo el presente”. Y -añadimos todos- de moldear soberanamente una buena parte del futuro.

Esta “perspectiva histórica” introducida por la idea misma de “reversibilidad” se manifiesta para empezar en los distintos niveles generacionales desde los que hablan las voces convocadas para el libro: en una gradación descendente hacia delante, encontramos señeros representantes de la primera generación (casi)coetánea de Fidel (el Fernández-Retamar, Alfredo Guevara, Martínez Heredia, Graziella Pogolotti o Aurelio Alonso), de una elástica generación intermedia (de Luis Suárez, Ana Cairo y Jesús Arboleya a Mayra Espina y Fernando Rojas) y de la camada más joven, contemporánea del propio Guanche (Milena Recio o Fernández Estrada). He citado sólo algunos nombres, pero bastan para comprender que En el borde de todo es un libro de una gran densidad histórica e intelectual; es un libro, sí, de intelectuales cubanos, todos grandes, todos comprometidos, que razonan desasosegados en la rendija de esta hora decisiva. Ser intelectual en Cuba es mucho más incómodo y mucho más satisfactorio que serlo en España, y una cosa y otra por las mismas razones. Bajo el canibalismo, los intelectuales pueden decir todo lo que se les pase por la cabeza (lo que deja fuera la mayor parte de las cosas importantes): los que hablan contra la revolución porque son también caníbales, los que hablan a su favor porque sus discursos son inmediatamente canibalizados. Los aciertos y los errores de los intelectuales occidentales, en efecto, tienen el mismo significado: ni unos ni otros determinan nada y, por lo tanto, acierten o se equivoquen, sus palabras no tienen ninguna consecuencia, no introducen ningún efecto (aparte el cosquilleo gaseoso que acompaña a la disolución de toda mercancía entre los dientes). Podemos equivocarnos alegremente como alegremente podemos secar ríos, incendiar ciudades y derribar montañas. En Cuba no es así. En Cuba los intelectuales cuentan; sus discursos se engranan en el destino de un proceso común y pueden alterarlo, para bien o para mal. Eso es sin duda incómodo, pero constituye también la más alta recompensa a la que puede aspirar un hacedor de razones: la de que su pensamiento modifique, ondule, incline, levante, quiebre, suture la materia. En Cuba los intelectuales no arrojan paletadas de arena en el mercado sino que incuban ideas en una especie de continuidad mental que, como en el caso de los bombillos incandescentes y la supervivencia de la especie, presupone la conexión permanente entre la palabra privada y el devenir social. Son libres en un medio todavía frágil: hay que aprender a encender y apagar la luz. Los que razonan en En el borde de todo saben de qué hablan y dónde tienen los pies y las huellas que están dejando; y por eso podemos escucharlos con la seguridad de que -críticos, preocupados, a veces poco complacientes- están defendiendo la revolución y con la tranquilidad de que en ningún caso están seguros de no estar equivocados.

Pero el libro acuñado por Julio César Guanche introduce la “perspectiva histórica” sobre todo a través de las cuestiones que plantea y que lo convierten en una obra fundamental para comprender la revolución, sus avatares y sus destinos. Una cosa que se ha olvidado con frecuencia, más incluso fuera que dentro de la isla, es que, si la revolución se hizo contra la historia, tiene ya a su vez una historia y ha llegado el momento de desentrañarla y asumirla. Por eso En el borde de todo cruza los dilemas verticales de orden teórico con los recorridos horizontales de orden histórico. ¿Cuáles son los temas de esta conversación a 20 voces? Podemos citar algunos en desorden: el marxismo cubano; las relaciones con la Unión Soviética; la ética y la revolución; la propiedad, el mercado y el cooperativismo; la democracia y el socialismo; el derecho y el socialismo; el consumo y el socialismo; la religión y el socialismo; las nuevas generaciones y el socialismo; el periodo especial, la desigualdad y la homogeneización; Cuba y Latinoamérica; la Batalla de Ideas; el caso Padilla y la cuestión de los intelectuales... y casi cualquier otro interrogante imaginable que concierna al destino del socialismo y pueda ser investigado en la carne viva de la experiencia histórica, muy densa y muy fluctuante, nada uniforme, no siempre admirable, siempre heroica, de la revolución cubana. Del discurso de la Universidad del 17 de noviembre, como del sombrero de un mago, salen enredadas todas estas cintas, hacia el pasado y sobre el presente, pero también en dirección a un futuro que, mientras los protagonistas del libro hablaban, revoloteaba todavía sobre el tiempo sin posarse en ninguna fecha. La gran cuestión que centraliza todos los radios de En el borde de todo, a la que llegan y de la que parten todas las reflexiones sobre la “reversibilidad”, ya no es una pregunta sino una tarea, ya no es un dilema sino un trabajo; es decir: ¿qué pasará después de Fidel?

Los que nos apoyamos en Cuba como en la columna descascarillada erguida todavía en un campo de escombros, los que nos cobijamos en ella como en la única sombra de un desierto incendiado, los que respiramos en el pensamiento de su atmósfera libre de canibalismo, los que no podemos hacer por ella otra cosa que decir esto en voz alta, estamos seguro de que nuestros compañeros cubanos sabrán hacer irreversible el socialismo, que es como decir hacer irreversible el aire y el pan y la luz y los besos (hacer irreversible, en fin, la supervivencia de la humanidad). Fidel se ha ido. Fidel se ha ido para quedarse. Fidel ya no podrá morise cuando se muera. Cuenta Plutarco que Solón, el padre de la democracia ateniense, después de redactar las nuevas leyes abandonó su país para que sus compatriotas las siguiesen porque eran buenas y no porque las había promulgado él. La superioridad de Fidel está fuera de toda duda y ante él se inclinan hasta sus enemigos; pero les obligaremos a inclinarse, y nos inclinaremos nosotros, ante la superioridad del socialismo. Fidel, tan grande y tan fuerte y tan convincente, se retira y resulta que el socialismo es más grande y más fuerte y más convincente que él. Si de lo que se trata es de admirarlo, también podemos admirarlo por esto; si de lo que se trata es de hacer como él, sin él, aunque no hubiera existido él, porque creemos en lo mismo que él, entonces sencillamente tenemos que seguir luchando.

Santiago Alba Rico
Rebelión

Para transformar la sociedad hay tres caminos posibles: a) manipular genéticamente al ser humano; b) tratar de crear al “hombre nuevo” y, c) cambiar las instituciones que guían su actuación.
El inciso “a” es el sueño del capitalismo totalitario, como ya lo proclama abiertamente en los países del Primer Mundo. La opción “b” ha sido aplicada por todas las religiones del mundo, seculares y metafísicas, con resultados desastrosos. Los elegidos e iluminados, los talibanes, santos y comisarios políticos, guiados por sus respectivos credos, sólo han producido infiernos para los demás. Por eso, el Nuevo proyecto Histórico opta por el cambio de las instituciones, pero no en una perspectiva utópica, sino dentro de sus posibilidades objetivas.

El nuevo mundo no tiene por condición que sus creadores sean santos ni héroes, sino mortales, que dentro de la contradictoria condición humana de miseria y esplendor estén dispuestos a cambiar éticamente su destino. Por supuesto, que la experiencia de lucha producirá sus propios héroes, mártires y banderas; pero no es lo mismo, establecer una precondición que afirmar el resultado de un proceso.

No cabe duda, que el fin del egoísmo, de la codicia y de la explotación, que le son inherentes al
principio de equivalencia, conducirá a cambios tan profundos en la manera de pensar y actuar, que después de su implantación general, será posible hablar, en términos generales, de un nuevo ser humano. Porque el sujeto rescatado de la denigración de las instituciones burguesas, encontrará en la democracia real un entorno para desarrollar en plenitud sus capacidades racionales (ciencia), morales (ética) y estéticas (arte). Superada la división entre el trabajo intelectual y manual; abolido el yugo extenuante y brutalizador de la plusvalía; vencida la discriminación de colores, sexo e ingreso y franqueado el abismo entre campo y ciudad, el ser humano se realizará en las tres fuentes de nuestro ser: el trabajo, el eros y el saber.


Ver Indice del Libro "El socialismo del Siglo XXI"

Venezuela en la Encrucijada. La revolución venezolana ha inspirado a los trabajadores, campesinos y jóvenes de toda América Latina y a escala mundial. Durante la pasada década las masas revolucionarias han conseguido milagros, pero la revolución venezolana no está completada. No se puede completar hasta que expropie a la oligarquía y nacionalice la tierra, los bancos y las industrias clave que siguen en manos privadas. Después de casi una década esta tarea no se ha cumplido y representa una amenaza para el futuro de la revolución.

La oligarquía venezolana se opone implacablemente a la revolución. Detrás de ella está el poderoso imperialismo norteamericano, tarde o temprano la revolución se enfrentará a la alternativa: o… o. E igual que la revolución cubana fue capaz de llevar a cabo la expropiación del latifundismo y el capitalismo, la revolución venezolana se encontrará ante la decisión necesaria de seguir el mismo camino. Esa es realmente la única salida.

La revolución bolivariana ahora está en la encrucijada. Ha alcanzado el punto crítico donde se tendrán que tomar decisiones que tendrán una influencia determinante en el destino de la revolución. El papel de la dirección es decisivo en este momento. Pero aquí encontramos la mayor de sus debilidades. Se puede decir sin temor a caer en la contradicción que si existiera un genuino partido marxista en Venezuela con raíces en la clase obrera, entonces la revolución socialista se habría completado ya hace mucho tiempo. Pero este partido no existe, mejor dicho, sólo existe su embrión. Ese es el quid de la cuestión.

La cuestión de la dirección

Después de todos los discursos sobre socialismo, todavía no se han realizado las tareas fundamentales de la revolución socialista. Hugo Chávez ha demostrado ser un luchado antiimperialista valiente y un consistente demócrata. Pero el coraje no es suficiente para ganar una guerra. También es necesario tener una estrategia y táctica correctas. Y lo que es verdad para la guerra entre las naciones también lo es para la guerra entre las clases.

Los reformistas y estalinistas intentan argumentar que las "condiciones no están maduras" para la revolución socialista en Venezuela. Todo lo contrario, las condiciones para el triunfo de la revolución socialista en Venezuela hoy son infinitamente más favorables que lo eran en Rusia en 1917. No debemos olvidar que la Rusia zarista era un país extremadamente atrasado y semifeudal, con una clase obrera muy pequeña, menos de diez millones de una población total de 150 millones de personas. Tampoco debemos olvidar que en febrero de 1917 el Partido Bolchevique tenía sólo 8.000 militantes en toda Rusia. Si se comparan con los cinco millones de militantes del PSUV la diferencia inmediatamente salta a la vista.

La correlación de fuerzas de clase en Venezuela es mil veces mejor a la que tenían los bolcheviques en 1917. Pero aquí no se agota la cuestión. En la historia de la guerra ¿cuántas veces ha sido derrotado un gran ejército por una fuerza mucho más pequeña de profesionales entrenados dirigidos por buenos oficiales? ¡Muchas veces! En las revoluciones como en las guerras la calidad de la dirección es en última instancia decisiva.

Bajo la dirección de Lenin y Trotsky, el Partido Bolchevique consiguió en un especio de tiempo muy corto ganar a la mayoría decisiva de los trabajadores y soldados, dirigiéndoles hacia la toma del poder. Lo consiguieron basándose en ideas marxistas claras y métodos que combinaban la firmeza ideológica en todas las cuestiones fundamentales con la flexibilidad táctica necesaria para ganar a las masas al lado de la revolución.

La existencia de ese partido y dirección en Venezuela sin duda habría facilitado mucho la tarea de la revolución socialista. Pero este partido no existe y las masas no pueden esperar hasta que lo hayamos creado. Los sectarios y los formalistas son incapaces de comprender a las masas, cómo desarrollan la conciencia y se mueven para cambiar la sociedad. Para estas personas la cuestión es muy simple: proclamar el partido revolucionario. No hay diferencia si es un partido de dos o de dos millones. Pero las masas no entienden a los pequeños grupos revolucionarios y pasan sobre ellos sin ni siquiera percibirlos.

La revolución no puede ser dirigida por pequeños grupos de revolucionarios como un director que dirige una orquesta. Tiene una vida y lógica propias que no se corresponden con los esquemas formalistas de los sectarios. La naturaleza aborrece el vacío. En ausencia de una dirección proletaria revolucionaria firme armada con las ideas científicas del marxismo, la dirección ha sido ocupada por el Movimiento Bolivariano.

Este incluye en sus filas a millones de trabajadores, campesinos y jóvenes revolucionarios que luchan con todas sus energía por un cambio fundamental en la sociedad, por el socialismo. Identifican sus aspiraciones con la persona de Hugo Chávez, el fundador y líder indiscutible del Movimiento Bolivariano. ¡Naturalmente! Las masas siempre son leales a las organizaciones y dirigentes que las despiertan a la vida política, que dan una expresión organizada a sus aspiraciones y las expresa en palabras.

Fortalezas y debilidades del bolivarianismo

Estas son conquistas indudables del movimiento bolivariano. Su lado fuerte es que está enraizada en las masas, en los millones de trabajadores, campesinos y pobres venezolanos que antes no tenían voz y ahora la tienen. Al poner en pie a estos millones y darles voz y esperanza, el Movimiento Bolivariano jugó un papel muy progresista. Pero junto a sus puntos fuertes también hay muchos débiles.

La debilidad más importante del bolivarianismo es carece de un programa, política y estrategia clara para realizar las aspiraciones de las masas. Este hecho es comprensible dada la forma en que surgió el movimiento. No fue el producto de un programa elaborado sino de las aspiraciones poderosas, aunque imprecisas, de justicia nacional y social. Al principio esta circunstancia no fue un problema, correspondía totalmente con la psicología de las masas, que sólo estaban comenzando a despertar a la vida política. Una vez las masas fueron conscientes de que era una posibilidad de luchar por el cambio, lo abrazaron con entusiasmo. Eso creó un impulso irresistible que ha continuado durante una década, sacudiendo los cimientos de la sociedad y la política en Venezuela y más lejos.

Sin embargo, dialécticamente, lo que al principio fue una fuente de fortaleza en determinado momento se transforma en su contrario. En ausencia de un programa científico y claro, de una ideología inequívoca, el movimiento cae bajo la presión de fuerzas de clase contradictorias, que se reflejan en sus filas y especialmente en su dirección. Estas contradicciones, que en el fondo reflejan contradicciones de clase, se reflejaron en la evolución política del propio Chávez.

El papel de Chávez

Ningún observador imparcial puede negar que durante la pasada década Hugo Chávez ha evolucionado de una manera sorprendente. Partiendo del programa de la democracia revolucionaria, ha entrado en conflicto repetidamente con los terratenientes, banqueros y capitalistas venezolanos, con la jerarquía de la Iglesia y con el imperialismo norteamericano. En todos estos enfrentamientos se ha basado en las masas de trabajadores, campesinos y pobres, que representan la verdadera fuerza motriz de la revolución bolivariana, su única base real de apoyo.

Finalmente, se ha posicionado a favor del socialismo, que es un acontecimiento muy importante. Aunque la naturaleza de este socialismo es tan imprecisa como el resto de la ideología bolivariana, los trabajadores la están llenando con su propio contenido de clase. Han procedido a ocupar las fábricas e instaurado el poder obrero. Los campesinos luchan por ocupar las grandes haciendas y realizar la revolución agraria desde abajo.

La fuerza fundamental de Hugo Chávez no es la claridad de sus ideas sino el hecho de que ha expresado las aspiraciones profundas de las masas. Cualquiera que haya estado presente en un mitin de masas en Caracas ha presenciado la química electrizante que existe entre el presidente y las masas. Se nutren mutuamente. Las masas ven reflejadas sus aspiraciones en los discursos del presidente, el presidente va más a la izquierda debido a la reacción de las basas y, a su vez, da un impulso fuerte a estas aspiraciones.

La burguesía ha comprendido esta "química revolucionaria" y lucha por romper el vínculo que existe entre Chávez y las masas. Planearon asesinar al presidente, calculaban que su desaparición fragmentaría y desintegraría el Movimiento Bolivariano. Han organizado una conspiración en las capas superiores del Movimiento Bolivariano para sustituirle por un candidato que sea más "moderado", es decir, más maleable a las presiones de la burguesía. El objetivo principal de la derrota del referéndum constitucional no era en absoluto "impedir una dictadura" (ninguna de las medidas incluidas en la reforma se podía interpretar en ese sentido), sino evitar que Chávez se pudiera presentar de nuevo a la presidencia. Si triunfaran abriría el camino para el éxito de la conspiración que es conocida "chavismo sin Chávez".

Es bien conocido que la burocracia contrarrevolucionaria ha tomado medidas para aislar a Chávez de las masas mediante la creación de un férreo círculo alrededor del Palacio de Miraflores. La amenaza de asesinato es real y justifica una estrecha seguridad. Pero este hecho también puede ser utilizado por los funcionarios como un pretexto para filtrar y censurar, garantizar que sólo ciertas personas tienen acceso al despacho del presidente mientras que otros son excluidos por motivos políticos. Con estos métodos reducen la presión de las masas y del ala de izquierdas, mientras que aumenta la presión de la burguesía y de los reformistas.

Por qué se perdió el referéndum

Una y otra vez las masas, mostrando un instinto revolucionario infalible, han derrotado a las fuerzas de la contrarrevolución. Este hecho engendró la ilusión peligrosa en la dirección y en las propias masas de que la revolución era una especie de marcha triunfal que automáticamente barrería a un lado todos los obstáculos. En lugar de una ideología científica y una política revolucionaria consistente, en la mente los dirigentes se instauró un especie de fatalismo revolucionario, que todo era lo mejor en el mejor de los mundos bolivarianos. No importa los errores que cometiera la dirección, las masas siempre responderían, los contrarrevolucionarios serían derrotados y la revolución triunfaría.

El corolario de este fatalismo revolucionario fue la idea de que la revolución bolivariana tiene todo el tiempo del mundo, que socialismo finalmente llegará, incluso si tenemos que esperar cincuenta o cien años. Es irónico que Heinz Dieterich y otros presenten esta idea (por ser más exactos, este prejuicio) como "nueva y original". En realidad, procede directamente del cubo de basura del desacreditado liberalismo del siglo XIX. La burguesía, en un momento en que aún era capaz de jugar un papel progresista desarrollando las fuerzas productivas, creía en la inevitabilidad del progreso, que hoy es mejor que ayer y mañana será mejor que hoy.

Esta idea (hoy totalmente abandonada por la burguesía y sus filósofos "posmodernos") más tarde fue adoptada por los dirigentes reformistas del movimiento obrero internacional, en el período de auge capitalista previo a 1914. Los socialdemócratas decían que la revolución ya no era necesaria, que lenta, gradual y pacíficamente, la socialdemocracia cambiaría la sociedad, hasta que un día llegaría el socialismo para todos y que incluso se realizaría. Estas ilusiones reformistas quedaron destrozadas por el estallido de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa que la siguió. Ahora son pescadas del cubo de la historia, desempolvadas y presentadas como la última palabra del "realismo" socialista del siglo XXI.

Otro corolario más es que la revolución bolivariana debe limitarse a los estrechos límites de las leyes y constituciones burguesas. Es irónico cuando la burguesía venezolana ha demostrado un desprecio absoluto por todas las leyes y constituciones. Ha realizado un sabotaje económico y constantes conspiraciones, ha boicoteado las elecciones y tomado las calles con violentas protestas; ha realizado un golpe de estado contra un gobierno elegido democráticamente y, de no haber sido por la iniciativa revolucionaria de las masas en las calles, no habría vacilado en asesinar al presidente e instaurar una violenta dictadura en las líneas del Chile de Pinochet.

Todos estos acontecimientos son bien conocidos y no necesitan explicación. En la defensa de sus intereses de clase la burguesía ha demostrado que no tiene ningún respeto por cualquiera de las leyes y constituciones. Se espera que las masas sigan cada punto y coma de la legislación existente y obedezcan las "reglas del juego", como si fuera un juego de ajedrez o beisbol. Desgraciadamente, la lucha de clases no es un juego y no tiene reglas ni árbitro. La única regla es que al final una clase debe ganar y la otra perder. Y como solían decirlos romanos: ¡Vae victis! (¡Ay de los vencidos!).

Al principio estos métodos parecían funcionar. Durante casi diez años las masas han participado lealmente en cada referéndum y elección, han votado masivamente a Chávez, a la revolución bolivariana y al socialismo. Realmente es asombroso que las masas puedan permanecer en esta actividad efervescente durante tanto tiempo. No hay precedentes de una situación revolucionaria que dure al menos diez años sin encontrar una solución, bien sea el triunfo de la revolución o de la contrarrevolución.

Las masas votaron por un cambio fundamental en sus condiciones de vida. Se demostró con absoluta claridad en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006, cuando le dieron el mayor número de votos de la historia de Venezuela. Pero aunque se adoptaron algunas medidas progresistas, incluidas nacionalizaciones, el ritmo del cambio es demasiado lento para satisfacer a las aspiraciones y reivindicaciones de las masas.

Habría sido bastante posible que el presidente introdujera una ley habilitante en la Asamblea Nacional para nacionalizar la tierra, los bancos y las industrias clave bajo el control y gestión de los trabajadores. Esto habría roto el poder de la oligarquía venezolana. Además, se podría haber hecho de modo legal a través del parlamento elegido democráticamente, porque en una democracia los representantes elegidos por el pueblo se suponen que son soberanos. Dejemos a los abogados que pleiteen sobre este o ese punto. La gente espera que el gobierno que ellos han elegido actúe en sus intereses, y que actúe de una manera decisiva.

En lugar de acción decisiva contra la oligarquía, que habría entusiasmado y movilizado a las masas, lo que presentaron fue otro referéndum constitucional. Pero ¿cuántos referendos y elecciones son necesarios para llevar a la práctica lo que quieren las masas? La gente está cansada de tantas elecciones, tantas votaciones, tantos discursos vacíos sobre el socialismo que les presentan con un cuadro maravilloso que no se corresponden con lo que ven cada día.

¿Qué ven las masas? Después de casi una década de lucha ven que los mismos ricos y poderosos aún poseen la tierra, los bancos, las fábricas, los periódicos y la televisión. Ven a los corruptos en posiciones de poder: gobernadores, alcaldes, funcionarios del estado y del Movimiento Bolivariano, y sí, también en Miraflores, que llevan camisetas rojas y hablan del socialismo del siglo XXI, pero que son arribistas y burócratas que no tienen nada en común con el socialismo o la revolución.

No ven ninguna acción contra los funcionarios corruptos que se llenan los bolsillos y socavan la revolución desde dentro. Ven que no se actúa contra los capitalistas que sabotean la economía y que se niegan a invertir en la producción y aumentan los precios. Ven que no se hace contra los conspiradores que derrocaron al presidente en abril de 2002. Ven a los terratenientes que asesinan impunemente a activistas campesinos. Ven los precios subir en los mercados y ven a los portavoces del gobierno negando que haya problemas. Ven todas estas cosas y se preguntan: ¿hemos votado por esto?

El papel pernicioso del reformismo

En toda esta situación juegan un papel pernicioso los reformistas, estalinistas y burócratas que han ocupado puestos clave en el Movimiento Bolivariano y que intentan poner freno a la revolución, paralizarla desde dentro y eliminar todos los elementos de genuino socialismo. Estos elementos le dicen constantemente a Chávez que no vaya tan rápido, que sea "más moderado" y que no toque la propiedad privada de la oligarquía.

Desde que Chávez por vez primera planteó la cuestión del socialismo en Venezuela, los reformistas y los estalinistas han concentrado todas sus energías en revertir la dirección socialista de la revolución, alegando que la nacionalización de la tierra, los bancos y las industrias sería un desastre, que las masas no están "maduras" para el socialismo, que la expropiación de la oligarquía alejaría a la clase media y así continuamente. El defensor y "teórico" más constante de esta línea de capitulación es Heinz Dieterich.

Dieterich se opuso al referéndum constitucional. Se puede discutir el contenido y el momento del referéndum. En realidad, en nuestra opinión, no era necesario en absoluto convocar un referéndum. Lo que hacía falta era utilizar la victoria electoral para adoptar medidas decisivas contra la oligarquía y la contrarrevolución. Pero en absoluto esta era la posición de Dieterich y los reformistas. Más bien lo contrario, se opusieron al referéndum porque se oponían al movimiento hacia la transformación socialista de la sociedad. Quieren frenar la revolución y que de marcha atrás para complacer a la oposición contrarrevolucionaria y al imperialismo.

En víspera del referéndum, Dieterich públicamente se alineó con el renegado Baduel. Pidió que Chávez se uniera con Baduel, es decir, que la revolución debería unirse con la contrarrevolución. Ese era, y aún es, el programa de Dieterich y los reformistas. Para ellos la derrota del referéndum era como un maná caído del cielo. Ahora pueden intensificar su presión sobre el presidente: "¿ves donde nos ha llevado tu terquedad?? ¡Deberías escucharnos! Somos realistas. ¡Comprendemos las cosas mejor que tú! No debes tener tanta prisa. Debes abandonar todos los pensamientos sobre el socialismo y llegar a un acuerdo con la oposición y la burguesía, o estaremos perdidos".

Ahora la estrecha derrota en el referéndum constitucional se está presentando como un giro hacia el "centro", es decir, a la derecha, como una prueba de que es necesario conciliarse con la clase media (es decir, capitular ante la burguesía). Esta es la línea que asiduamente están difundiendo Dieterich y los reformistas. Si Chávez les escucha, y hay algunas pruebas que indican que es así, la revolución se encontrará en un peligro extremo.

Estos "amigos" de la Revolución Bolivariana nos recuerdan a los amigos de Job, que le "reconfortaban" en su momento de necesidad con una patada en los dientes. Estos "amigos" nos traen a la mente el viejo refrán: "De los amigos nos guarde Dios que de los enemigos me guardo yo".

Un movimiento peligroso

Siguiendo el consejo de aquellos que quieren llegar a un acuerdo con los contrarrevolucionarios, Chávez concedió la amnistía a varios dirigentes de la oposición relacionados con el golpe militar de abril de 2002 y el cierre patronal petrolero que provocó unas pérdidas de 10.000 millones de dólares para la economía, y que casi consigue aplastar la revolución.

Debemos recodar que el "decreto Carmona" del gobierno golpista disolvió las instituciones públicas elegidas democráticamente, como el Tribunal Supremo y la Asamblea Nacional. Aquellos que escribieron y firmaron este infame documento serán amnistiados. Serán liberados para que continúen con sus actividades contrarrevolucionarias.

Chávez dijo que esperaba que el decreto de amnistía "enviara un mensaje al país de que podemos vivir juntos a pesar de nuestras diferencias". Evidentemente se trata de un intento de establecer una política de "reconciliación nacional", siguiendo las recetas bien conocidas de Dieterich. Es un movimiento muy peligroso. Si el golpe hubiera triunfado, qué habría hecho de no haber sido por el movimiento revolucionario de las masas, alguien ¿puede creer que los contrarrevolucionarios se habrían comportado de esta manera? Habrían asesinado a Chávez y muchos de sus seguidores, y después se hubiesen ido a la cama con la conciencia tranquila.

Según la lógica de los reformistas, una actitud conciliadora abrirá el diálogo y obligará a la oposición a adoptar una posición más razonable. Este argumento no tiene ninguna base. En repetidas ocasiones en el pasado, Chávez ha intentado este tipo de cosas. Los resultados han sido exactamente lo contrario a los que pronosticaban los reformistas. Eso se demostró después del golpe de abril de 2002, cuando el presidente ofreció negociar con la oposición. ¿Cuál fue el resultado? No la reconciliación nacional sino el sabotaje de la economía. Después también Chávez ofreció negociar. El único resultado fue un nuevo intento de derrocar al gobierno con el referéndum revocatorio.

Pero quizá la oposición ha aprendido la lección. Quizá ahora esté más dispuesta al compromiso. ¿Cómo reaccionó la oposición contrarrevolucionaria ante el decreto? ¿Corrieron a abrazar al presidente? ¡No! La jerarquía reaccionaria de la Iglesia Católica lo calificó de "discriminatorio" y exige que se amplíe a los oficiales de la policía culpables de asesinado además de otros célebres contrarrevolucionarios, como el líder estudiantil de la oposición de 40 años de edad Nixon Moreno, que es buscado en relación al intento de violación de una oficial de policía en Mérida, Mónica Fernández, que ordenó el arresto ilegal de ex ministro de interior Ramón Rodríguez Chacín durante el golpe de estado, quieren que este elemento se beneficie del decreto. Ahora defienden que la amnistía se amplíe para incluir a "exiliados políticos" como Carmona Estanga y Ortega.

Estos criminales, que nos mostraron ningún remordimiento o disposición a rectificar sus acciones, ahora serán liberados para seguir con sus actividades contrarrevolucionarias. Esto ha provocado una indignación justificada en la base chavista. Manuel Rodríguez dice que el presidente no debería haber firmado el decreto y se pregunta: "¿Dónde estaban nuestros derechos humanos cuando ellos [la oposición] paralizaron el país?"

¿Debería desacelerarse la revolución?

"Ayudado" por sus asesores reformistas, el presidente ha sacado conclusiones incorrectas del referéndum. Durante el programa Aló Presidente del 6 de enero dijo:

"Yo estoy obligado a reducir la velocidad de marcha. He venido imprimiéndole una velocidad a la marcha más allá de las capacidades o posibilidades del colectivo; lo acepto, y he allí uno de mis errores (…) Las vanguardias no pueden desprenderse de la masa. ¡Tienen que estar con la masa! Yo estaré con ustedes, y por eso tengo que reducir mi velocidad (…)

"Para nada es un espíritu de rendición, ni de moderación ni de conservadurismo. Es realismo. ¡Realismo! (...) Calma, paciencia, solidez revolucionaria. Nadie debe sentirse derrotado ni desmoralizado (…)

"Yo prefiero reducir la velocidad, fortalecer las piernas, los brazos, la mente, el cuerpo, la organización popular y el poder popular. Y cuando estemos listos más adelante, entonces acelerar la marcha".

Estas palabras sonarán a música celestial en los oídos de todos esos burócratas y reformistas que llevan camisetas rojas pero que se oponen fundamentalmente al socialismo, que luchan por descarrillar la revolución. Estas personas siempre gritan sobre el "realismo" y la necesidad de moverse más lentamente. Hablan sobre el socialismo del siglo XXI pero en realidad lo que les gustaría es posponer el socialismo al siglo XXII o XXIII, o mejor aún, de manera indefinida. El presidente continuaba:

"Son necesarias las mejoras en nuestras estrategia de alianzas. No podemos dejarnos descarrillar por tendencias extremistas. No somos extremistas ni podemos serlo. ¡No! Tenemos que buscar alianzas con las clases medias, incluida la burguesía nacional. No podemos apoyar tesis que han fracasado en todo el mundo, como la eliminación de la propiedad privada. Esa no es nuestra tesis".

Hemos leído estas declaraciones antes, en los artículos y discursos de Heinz Dieterich, el ex – marxista que se ha pasado al campo del reformismo y la burguesía. Al leer estas palabras nos podemos hacer una idea clara de que tendencia lleva ahora la ventaja en Miraflores. Es una tendencia que ha estado trabajando paciente y sistemáticamente durante los últimos años, intrigando contra el socialismo y la revolución, luchando para aislar a Chávez de las masas y del ala revolucionaria.

¿Somos extremistas? No, somos socialistas revolucionarios, marxistas. Sólo los latifundios, banqueros y capitalistas pueden ver el socialismo como algo "extremo". Pero son una pequeña minoría de la sociedad. La aplastante mayoría de la población ve el socialismo como algo bastante normal, y en absoluto extremo. El presidente ha dicho en más de una ocasión que el capitalismo es esclavitud. ¿Es "extremo" desear la abolición de la esclavitud? Sólo los esclavistas podrían decir eso.

¿Estamos a favor de abolir toda propiedad privada? No, no estamos a favor de tocar la propiedad privada de la aplastante mayoría de la población: los trabajadores, campesinos, pequeños comerciantes y clase media. No nos proponemos la colectivización del televisor, automóvil o casa del barrio, menos aún de su esposa e hijos. Estas son mentiras ridículas que fueron utilizadas por la oposición contrarrevolucionaria en su campaña de calumnias por el voto al "no".

Lo que defendemos es la expropiación de la propiedad de la oligarquía: la nacionalización de la tierra, los bancos e industrias clave. Eso significa menos de un dos por ciento de la población, no la clase media sino los super-ricos especuladores y parásitos que no hacen nada para desarrollar la economía venezolana pero que sabotean constantemente la producción, creando escasez artificial y aumento de precios. A Dieterich y otros reformistas les hacemos una pregunta muy sencilla: ¿Cómo es posible conseguir el socialismo sin expropiar la propiedad de la oligarquía?

El PIB de Venezuela ha crecido un 8,4%. Pero hay serios problemas. La inflación oficial es del 22,5 por ciento. El aumento de los precios afecta a los sectores más pobres que a los acomodados. Hay continuas escaseces de comida, que afecta a productos tan básicos como la leche, las caraotas y el pollo. Este hecho demuestra la total insuficiencia de la agricultura privada en Venezuela. Una tierra potencialmente rica y fértil tiene que importar más del 70 por ciento de su comida: una situación escandalosa.

La escasez de productos alimenticios básicos como resultado del sabotaje deliberado de los agricultores capitalistas y los monopolios de la distribución, jugaron un papel importante en la derrota del referéndum sobre la reforma constitucional. ¿Qué medidas relevantes han adoptado los ministros? Inmediatamente después del referéndum se anunció que se eliminaba el control del precio de la leche y se habló de que se levantaría también el control de precios sobre toda una serie de productos. Una vez más se trata de concesiones a la oligarquía.

Existe una solución muy simple a los problemas de escasez de comida: la expropiación de todas las empresas e individuos que participan en el sabotaje de la cadena de distribución alimenticia. Esta medida, que es perfectamente democrática, se podría haber introducido hace mucho tiempo, pero en particular después de la aprobación hace un año del decreto sobre acumulación y sabotaje. Toda la tierra expropiada, las instalaciones y equipamiento deberían ser puertos bajo el control democrático de comités formados por representantes de los trabajadores y campesinos, para garantizar la distribución de comida a las masas. Además, se deberían crear comités de aprovisionamiento en todos los barrios pobres y obreros para ejercer una vigilancia revolucionaria sobre la distribución de comida y emprender la lucha contra la acumulación, el sabotaje, la corrupción, crimen organizado, etc.,

Estos hechos demuestran que la economía de mercado está fracasando en Venezuela. Los terratenientes y los capitalistas no pueden ni tampoco resolverán los problemas básicos de la economía. La única forma de poner fin al sabotaje y garantizar que el enorme potencial económico de Venezuela se utiliza en beneficio de su pueblo es nacionalizar la propiedad de la oligarquía y crear una economía socialista planificada gestionada democráticamente por la clase obrera.

El consejo de Lukashenko

¡Qué suerte para Venezuela tener tantos asesores! Tiene baldes de consejos, llegan toneladas de consejos por carretera y por tren. Si cada uno de los consejos valiera un bolívar cada ciudadano de Venezuela sería millonario. Parece que Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, también ha dado un consejo a Chávez.

Pero antes de dar un consejo a alguien debería examinar primero sus propias credenciales. Después de todo, no aceptaríamos consejos de los efectos nocivos de la bebida de un alcohólico crónico, o de los puntos de sutura de la intervención cerebral por un carnicero. Lukashenko nos habla como "testigo del colapso de la Unión Soviética". Sí, no sólo fue testigo, sino también en parte responsable de ello. La URSS fue destruida desde dentro por una casta parasitaria de burócratas que absorbía una gran parte de la plusvalía producida por los trabajadores soviéticos.

Esta casta burocrática en la URSS socavó las conquistas de la economía nacionalizada planificada a través del robo, la mala gestión y la corrupción. Es decir, actuaron de un modo similar a la burocracia contrarrevolucionario en Venezuela que estrangula la revolución incluso antes de su nacimiento. Lukashenko era un miembro de esta casta burocrática privilegiada en la vieja Unión Soviética.

En aquellos días solían autodenominarse "comunistas" y se presentaban en la tribuna del Primero de Mayo haciendo discursos sobre el socialismo. Ahora se han convertido en los juguetes del capitalismo y la economía mercado. Se han convertido en empresarios y conseguido fortunas. En Venezuela el mismo tiempo de burócratas llevan camisetas rojas y también se suben a las tribunas a hablar sobre socialismo. Tienen tanto en común con el socialismo como Lukashenko.

¡Qué suerte de consejo! Y qué suerte que todos los consejos vayan dirigidos en el mismo sentido: "¡No seas loco Chávez! ¡No vayas tan rápido! ¡Olvida el socialismo! No escuches a los trabajadores y campesinos. ¡Están locos! ¡Escucha a los chicos con dinero! Convénceles para que sean buenos patriotas e inviertan en Venezuela. ¡Si lo haces todo irá bien!"

Lukashenko según parece le dijo a Chávez: "Los empresarios, esta burguesía nacional, debes hacer que tengan una buena impresión nacional, que amen su Nación y Patria, incluso si son empresarios y tienen dinero. ¡Ellos deben invertir en el país!"

Si las implicaciones no fueran tan serias estas palabras serían bastante divertidas. No sabemos qué burguesía nacional existe en Bielorrusia. Pero sabemos que la burguesía venezolana no invierte en Venezuela. Sabemos que hay huida de capital. Conocemos que hay sabotaje económico. Que existe una especulación que está vaciando las estanterías de productos básicos y disparando los precios. Sabemos que las fábricas se cierran y que los trabajadores son echados a la calle. Eso es lo que sabemos. Y también quién es el responsable y por qué.

¿Qué propone el presidente de Bielorrusia? Propone que pidamos a los capitalistas venezolanos que se comporten, que cesen su sabotaje y sean patriotas. Es exigir peras al olmo. Los capitalistas no se impresionarán con discursos sobre el patriotismo. Siempre actúan de acuerdo con sus intereses de clase. ¿Tienen interés en apoyar la revolución bolivariana? Hemos visto cual ha sido su actitud durante los últimos diez años. Sólo un ciego no comprendería que la burguesía es implacablemente hostil a la revolución y a todo lo que significa.

No es posible reconciliar los intereses del proletariado y los de la burguesía. O se apoyan los intereses de la clase obrera, que es la gran mayoría de la sociedad, o se apoyan los intereses de la minoría de parásitos adinerados, los banqueros, terratenientes y capitalistas. Pero no se puede apoyar a ambos. Si se intentan reconciliar intereses de clase, los reformistas terminarán apoyando inevitablemente a la clase dominante contra la clase obrera.

La cuestión del Estado

Chávez ha anunciado una "reestructuración profunda" de su gobierno, incluido el nombramiento de un nuevo vicepresidente y cambiado a 13 de los 27 ministros. Ha habido muchos cambios en los últimos diez años. Se cambian ministros a una velocidad vertiginosa, pero no resuelve nada. Lo que hace falta no es la remodelación constante por arriba sino la implantación de una política socialista.

El presidente desea afrontar la corrupción, que correctamente dice es uno de los enemigos más peligrosos de la revolución. Realmente lo es. Pero es imposible resolver el problema de la burocracia con métodos burocráticos. La única manera de erradicar la corrupción y la burocracia mediante la implantación general del control y administración obrera, la limitación de los salarios de los funcionarios al nivel de un trabajo cualificado y la revocación inmediata de cualquier funcionario, ministro, gobernador o alcalde que no ponga en práctica la voluntad del pueblo.

Diez años después del inicio de la revolución, el viejo aparato del estado heredado de la Cuarta República sigue existiendo. ¡Ese es el problema! Toda la historia demuestra que es imposible llevar a cabo una revolución sin liquidar el viejo aparato del estado, que permanecerá como una fuente constante de corrupción, burocracia y opresión. Pero los reformistas no escucharán esto. Dicen que las masas son incapaces de gobernar. Pero quiénes son las personas mejor preparadas para administrar la sociedad bajo el socialismo: ¿los burócratas y arribistas o los propios trabajadores?

En Inveval, que desde hace unos años está ocupada y es administrada por los trabajadores, hay control obrero y todos, desde las limpiadoras al director, reciben el mismo salario. No hace mucho Chávez dijo que éste era el modelo a seguir, y así es. No queremos repetir la experiencia de la caricatura totalitaria burocrática de "socialismo" que colapsó en la URSS. Lo que hace falta es regresar al programa democrático planteado por Lenin y Trotsky, el programa de la democracia obrera.

Cómo perder las elecciones

La revolución sufrió un revés en el referéndum constitucional. Pero de ninguna manera significa una derrota decisiva. Muchos factores pueden intervenir para transformar la situación incluso en los próximos meses. En 2008 habrá elecciones en todo el país a gobernadores y alcaldes. Está claro que la oposición contrarrevolucionaria, animada por el resultado del referéndum, movilizará todas sus fuerzas para recuperar posiciones en estas elecciones. La pregunta es: ¿pueden los bolivarianos movilizar a las masas para derrotar a la oposición?

Chávez insiste en que deben garantizar no perder nada de terreno frente a la contrarrevolución:

"Debemos estar preparados, porque a finales de año habrá elecciones" dijo Chávez. "La contrarrevolución no descansará un segundo intentando recuperar espacio. Imaginad por un segundo si eso ocurriera" avisó. El presidente urgió a la consolidación del nuevo Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Anunció que el congreso fundacional del nuevo partido se celebraría el 12 de enero y que el anterior vicepresidente, Jorge Rodríguez, estará ahora a la cabeza del Comité Promotor Nacional del PSUV. Jorge Rodríguez es visto como el ala de izquierdas.

"Pido a todos que pongan la energía y la voluntad porque el nuevo partido que necesitamos se consolide pronto". El congreso se espera que dure un mes y decidirá el programa político, estructura y estatutos del nuevo partido.

La fundación del PSUV fue un paso muy importante, pero sólo puede triunfar si defiende con firmeza el socialismo. Chávez mencionó los cinco "motores" de la revolución, su plan para mover el país hacia el llamado socialismo del siglo XXI, e insistió en que su gobierno continuaría avanzando con el plan, pero lamentó que no se puedan hacer muchos cambios debido al fracaso de la reforma constitucional. "No podemos avanzar en ellas porque dependían de la reforma constitucional".

¿Pero por qué la revolución permitiría a la oposición dictar lo que puede y no puede hacer cuando ha ganado el referéndum por un margen estrecho? ¿Por qué debería ser la cola la que mueva al perro? Esa una manera segura de desencantar a las masas que ya están desilusionadas con el ritmo lento del cambio. Eso creará un ambiente de apatía y más abstenciones en las elecciones. Eso es lo que quiere la oposición.

Chávez ha defendido una alianza de "fuerzas patrióticas" en la próxima cita electoral a gobernadores y alcaldes que se celebrará en octubre de este año, en la que participará el PSUV, Patria Para Todos (PPT) y el Partido Comunista de Venezuela. El PSUV es un partido de masas con millones de militantes y seguidores que quieren luchar por el socialismo. ¿Por qué necesita aliarse con el PPT que es un partido muy pequeño con una política oportunista? Se podría decir que uno más uno es igual a dos, pero dos hombres en un barco remando en direcciones contrarias es igual a parálisis.

Los marxistas venezolanos apoyarán al PSUV y lucharán en el congreso por un programa y política socialistas. Nos oponemos a las alianzas con partidos y organizaciones que no luchan enérgicamente por el socialismo. Nos oponemos a alianzas y bloques con la burguesía. Avisamos que esa política defendida por los reformistas de conciliación con las fuerzas de la reacción no llevará a la reconciliación nacional y la paz. Todo lo contrario, la política de colaboración de clase desmotivará y desencantará a los activistas del Movimiento Bolivariano, que son las tropas de choque de la revolución. Animará a las fuerzas contrarrevolucionarias, que con cada paso atrás exigirá diez más. Esa es la manera segura de perder las elecciones.

Y cómo ganarlas

El presidente también dijo: "debemos encontrar alianzas para fortalecer el nuevo bloque histórico, como solía denominarlo Gramsci. Sólo hace un año que ganamos las elecciones con un 63 por ciento de los votos, más de 7 millones de votantes. Tenemos una base muy fuerte".

Sí, hace un año más de siete millones votaron a Chávez y realmente es una base muy fuerte. Pero la pregunta es la siguiente: ¿por qué casi tres millones de personas no votaron en el referéndum constitucional? Dieterich dice: porque Chávez ha ido demasiado lejos, demasiado rápido y por tanto debe desacelerar el ritmo. Pero este argumento es falso de cabo a rabo.

La oposición no ganó el referéndum constitucional: lo perdieron los bolivarianos. Después de esfuerzos sobrehumanos, la oposición sólo consiguió aumentar los votos en aproximadamente 200.000, mientras que el voto chavista cayó en unos tres millones. Eso no demuestra que se haya producido un giro hacia el "centro" sino lo contrario, que existe una gran y creciente polarización entre las clases. También demuestra que hay elementos de cansancio y desilusión en las masas que son la base del movimiento bolivariano.

La derrota del referéndum constitucional fue una advertencia de que las masas se comienzan a cansar de una situación en la que se habla interminablemente sobre socialismo y revolución pero que no ha producido un cambio fundamental en sus condiciones de vida. Las masas ha sido muy pacientes, pero su paciencia se agota. La idea de que siempre seguirán a los dirigentes, esa idea falsa y peligrosa del fatalismo revolucionario, ha demostrado ser totalmente falsa.

¡Todo lo contrario! Es el ritmo lento de la revolución lo que está provocando desilusión entre una capa creciente de las masas. Para ellas, el problemas no es que haya ido demasiado lejos y rápido, sino que ha ido demasiado lenta y no lo suficiente lejos. Si esta desilusión continúa, llevará a la apatía y la desesperación. Preparará la contraofensiva de las fuerzas de la reacción que puede minar la revolución y preparar una derrota seria. Ha llegado el momento de cambiar las palabras por la acción, de tomar medidas decisivas para desarmar a la contrarrevolución y expropiar a la oligarquía.

¡El único camino, el socialismo!

¿Es inevitable la derrota? No, por supuesto que no. La revolución puede triunfar, pero sólo con la condición de que el ala estalinista-reformista Dieterich sea desenmascarada y derrotada políticamente. Hay que purgar el movimiento de burócratas, arribistas y elementos burgueses, defender con firmeza un programa socialista. Sólo triunfará con esa condición, de cualquier otra manera no.

Cuando Simón Bolívar levantó por primera vez la bandera de la rebelión contra el poderoso Imperio español, para muchos parecía algo totalmente imposible. Sin duda si Heinz Dieterich hubiera vivido en aquella época habría despreciado al Libertador, como hace con los marxistas. Bolívar, comenzó con un pequeño puñado de seguidores, pero finalmente triunfó, igual que Chávez, cuya causa al principio parecía inútil, pero triunfó porque movilizó a las masas por la lucha contra la oligarquía. La batalla no se ha terminado y la victoria no está garantizada. Nunca es así. Pero una cosa está clara, la única manera de triunfar es despertar a las masas a la lucha revolucionaria.

O la mayor de las victorias o la más terrible de las derrotas: estas son las únicas dos alternativas que hay ante la revolución bolivariana. Aquellos que prometen un camino fácil, el camino del compromiso de clase, en realidad juegan un papel reaccionario, creando falsas esperanzas e ilusiones, desarmando a las masas frente a las fuerzas contrarrevolucionarias que no tienen tales ilusiones y se preparan para derrocar a Chávez tan pronto como lo permitan las condiciones. La única manera de evitar este proceso es liquidando el poder económico de la oligarquía, expropiando a los terratenientes, banqueros y capitalistas, introduciendo un plan socialista de producción.

Dieterich y los reformistas dicen que actuar de esta manera sería provocar a los imperialistas y reaccionarios. Eso es absurdo. Los imperialistas y reaccionarios han demostrado con sus acciones que no necesitan ninguna provocación para actuar. Están continuamente actuando para destruir la revolución. La idea de que cesarán sus actos contrarrevolucionarios si "demostramos moderación" y conciliar con los reaccionarios es una locura y muy peligrosa. Todo lo contrario, este comportamiento sólo servirá para envalentonarles y animarles.

Por supuesto, aislada, la revolución venezolana en última instancia no puede triunfar. Pero no estaría aislada mucho tiempo. Una Venezuela revolucionaria debería hacer un llamamiento a los trabajadores y campesinos del resto de América Latina para que sigan su dirección. Dadas las condiciones que existen en todo el continente, este llamamiento no caería en oídos sordos. El ejemplo de un estado obrero democrático en Venezuela tendría un impacto mayor que la Rusia de 1917.

Dada la enorme fuerza de la clase obrera y el callejón sin salida del capitalismo en todas partes, los regímenes burgueses de América Latina caerían rápidamente, creando las bases para la Federación Socialista de América Latina y, finalmente, el socialismo mundial. Sobre la base de un plan común de producción y la nacionalización de los bancos y monopolios bajo el control y gestión democrática de los trabajadores, sería posible realmente unir las fuerzas productivas de todo el continente, movilizando de este modo una fuerza productiva colosal. El desempleo y la pobreza serían cosas del pasado.

La jornada laboral se podría reducir inmediatamente a 30 horas semanales sin reducción salarial. Como una reforma para demostrar la superioridad de los métodos socialistas, tendría consecuencias inmensas en todo el mundo. Pero lo que es incluso más importante, como explicaba Lenin, es que daría el tiempo necesario a toda la clase obrera para dirigir la industria y el Estado. Después un plan socialista de producción, controlado de arriba abajo por la clase obrera, llevaría a un aumento inmenso de la producción, a pesar de la reducción de horas. La ciencia y la técnica, liberadas de las cadenas del beneficio privado las desarrollaría a un nivel jamás visto.

La democracia ya no tendría su actual carácter restrictivo sino que se expresaría en la administración democrática de la sociedad por parte de toda la población. Sentaría las bases para un enorme florecimiento del arte, la ciencia y la cultura, acercaría toda la rica herencia cultural de los pueblos de todo el continente. Eso es lo que Engels denominó el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad. Ese es el genuino socialismo del siglo XXI: la única alternativa para la revolución venezolana.
Alan Woods
Visto en Yosmary Venezuela Socialista

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