El problema de toda teoría científica sobre las sociedades consiste en entender (y, si es posible, medir) la dinámica de interacción entre la lógica del sistema y la lógica de los sujetos sociales, porque la dialéctica entre ambos elementos y su relativa fuerza determina la evolución concreta de una sociedad: sus posibilidades objetivas de desarrollo y las posibilidades de la praxis consciente del ser humano. Esa dialéctica y correlación de fuerzas tienen que entenderse hoy día nacional, regional y globalmente.

La primera teoría científica de la sociedad, que parte de esas premisas teóricas, es la de Karl Marx y Engels. Con anterioridad, Adam Smith había elaborado una teoría sistemática sobre la dinámica de la sociedad capitalista, basada en la economía nacional de mercado y la democracia formal: un modelo cibernético —el mercado como invisible hand— propulsionado por el egoísmo de los agentes económicos. La deficiencia principal de esta primera aproximación a la lógica del desarrollo burgués radica, en que la mediación entre la lógica del sistema y de la actividad humana es truncada. De hecho, el sujeto económico individual no es más —ni debe serlo— que una función dependiente de la lógica del mercado. La praxis humana, como capacidad consciente de construcción de un orden social justo no existe, como tampoco existe hoy día en el neoliberalismo.

Marx y Engels son los primeros en lograr un enfoque metodológico que resuelve el problema. Es
este uno de tantos aspectos, en los cuales la teoría de Marx-Engels es superior a cualquier otra teoría desarrollada posteriormente en las ciencias sociales, que por lo general, siguen siendo unilaterales. O sobredeterminan la influencia del sistema (la lógica sistémica), terminando en el mecanicismo o estructuralismo; o sobredeterminan la capacidad de incidencia del sujeto (lógica individual) y puedan en el voluntarismo o psicologismo. Por esa razón, el Nuevo Proyecto Histórico parte de la primera teoría explicativa de la sociedad.

La filosofía de la praxis de Marx y Engels inicia con el análisis del comportamiento social en la sociedad burguesa. Pretenden entender la miseria de las mayorías del capitalismo temprano, y sus formas de lucha, con el fin práctico de acabar con el sistema. Engels explica tal motivación en La Situación de la clase obrera en Inglaterra (1844-1845), diciendo que el conocimiento de las condiciones del proletariado es “una necesidad indispensable, para dar a las teorías socialistas [...], y a los juicios sobre su legitimidad [...], una base estable, para poner fin a todos los sueños y fantasías pro et contra”. Se trataba de una necesidad teórica-política porque el socialismo y comunismo alemán habían nacido, más que nada, de “hipótesis teóricas” a través de la “disolución de la especulación hegeliana”, cumplida por el filósofo alemán Feuerbach.

Marx, a su vez, avanza en los Manuscritos filosóficos-económicos (París, 1844) hacia lo que llamaría después, “la sociedad con carácter humano” o la “humanidad social” (10ª tesis sobre Feuerbach). La filosofía hegeliana proporciona el concepto teórico clave: “enajenación” o “alienación”. Se refiere a la diferencia entre lo que debería ser el sujeto social según la filosofía política burguesa —un ente consciente, ético y racional— y lo que es. La causa estructural de la enajenación son las relaciones mercantiles que dominan la sociedad burguesa (su carácter de fetiche), pero existe también un componente deliberado: la manipulación mediante las religiones, por la ignorancia, por la falta de participación democrática y cultural, por los aparatos ideológicos del sistema, etcétera.

Los sujetos sociales, tanto individuales como colectivos (clases, sindicatos, partidos, etc.), muestran diferentes grados de enajenación o deformación frente a lo que —según su situación objetiva— debería ser su identidad o conciencia. La praxis, como medio libertador, tiene que romper las camisas de fuerza de la enajenación y permitir que cada persona se realice según sus potencialidades. Esa praxis emancipadora requiere, por una parte, de la construcción de una conciencia histórica y de clase adecuada, guiada por un programa histórico y, por otra, de un sujeto colectivo, porque es obvio que, ante el poder de la sociedad y el Estado, las personas individuales no pueden remediar las causas de su enajenación. Ambas tareas se cumplen en febrero de 1848 con la aparición del Manifiesto del Partido Comunista que da a conocer el Nuevo Proyecto Histórico de las mayorías industriales, con su núcleo transformador, el proletariado. Considerar al proletariado como única clase capaz de llevar a cabo la emancipación, no es resultado de un dogmatismo o romanticismo de Marx y Engels, sino la conclusión correcta de un análisis científico sobre la estructura de clase de la sociedad burguesa, en su tiempo.

Si interpretamos ese sujeto de cambio como lo hicieron Marx y Engels, su determinación sigue vigente. Sólo una clase con “cadenas radicales”, una clase que “es la disolución de todas las clases, una esfera de la sociedad que tiene un carácter universal”, podía lograr la emancipación.
La universalidad del sufrimiento del proletariado —que abarca dentro de sí el sufrimiento de todos los demás actores sociales oprimidos— genera la universalidad de su proyecto histórico de emancipación. El análisis detallado de la lógica del sistema que enajena y destruye a los ciudadanos, se desarrolla con profundidad en El Capital, una década después del Manifiesto, en el exilio en Londres. En esos trabajos, los autores entienden que la dinámica decisiva del sistema burgués puede que es el genoma para el ser humano: la variable estratégica que determina las posibilidades de actuación y de evolución del sistema. Diferenciado primero en valor de uso y valor de cambio, después en valor y plusvalor, Marx y Engels des-cubren el secreto de la explotación burguesa. El capitalista compra la fuerza de trabajo para jornadas fijas, digamos ocho horas; pero el valor que necesita generar para “amortizar” el salario de esa jornada, lo produce en una fracción de la jornada, supongamos, en seis horas. Las dos horas restantes generan el plusvalor —es decir, el excedente sobre el salario— con el que se queda el capitalista.

Con este descubrimiento, los dos científicos revelan no sólo el misterio de la explotación capitalista —negada por los científicos de su tiempo con el argumento, de que el salario se acordaba de mutuo consentimiento, sin coacción, entre trabajador y empresario— sino de todas las sociedades de clase: el plustrabajo, que se puede expresar con términos de tiempo, como plusvalor; en términos materiales como plusproducto o en términos monetarios, y guardando las diferencias, como ganancia. La dinámica de evolución de la sociedad humana está determinada por la lucha social en torno a la apropiación del plustrabajo, o su manifestación como plusproducto o plusvalor. Mientras que los trabajadores directos, cuyo único medio de producción es su fuerza de trabajo, procuran expandir su participación en el plusproducto, es decir, aumentar su calidad de vida con mejores remuneraciones u otras formas de participación, si es necesario mediante huelgas y otras formas de lucha; los dueños del poder económico (señores feudales, esclavistas, capitalistas) tratan de reducir la participación de los trabajadores directos en el excedente económico; si es necesario, mediante la represión militar.

Este descubrimiento trascendental de Marx y Engels que los pone a la altura de los grandes científicos universales, como Newton y Darwin, se produjo apenas en los años cincuenta del siglo XIX. Eso explica, por qué el Manifiesto inicia con la celebre frase, “La historia (escrita - F. Engels) de toda sociedad hasta el presente ha sido una historia de lucha de clases”. Esta es una descripción correcta de la dinámica social de la humanidad durante los últimos cinco mil años. Los actores de esta lucha épica son revelados, no así el objeto o botín de sus luchas que es el plustrabajo, plusproducto o plusvalor. Esa ulterior explicación de causa-efecto la proporcionan Marx y Engels después de entender a fondo la lógica de la evolución humana durante los últimos cinco milenios. Para el capitalista concreto, la fuerza determinante del plusvalor se revela a través de la ley del valor y de la tasa de ganancia. La ley del valor y la tasa de ganancia media son los parámetros que definen la actuación de los capitalistas y, en última instancia, la de todas las clases. Esos parámetros son fuerzas objetivas para cada agente individual de la economía. Quién no se somete a ellos es destruido por ellos. Su acatamiento es, semejante al caso de las leyes de la naturaleza, precondición de la sobrevivencia del individuo. Pero a diferencia de la lógica de la naturaleza, la lógica del sistema puede ser negada por un colectivo lo suficientemente fuerte para sustituirla con la de otro sistema, tal como sucedió en 1917 en la URSS.

La diferencia fundamental entre los sistemas sociales y naturales es que los primeros son más accesibles a la intervención humana. Es decir, la lógica del sistema sobre sus miembros no se realiza de manera absoluta, como, por ejemplo, en el sistema solar o un hormiguero, sino en forma mediada, a través del software cultural o la identidad de los sujetos sociales. La lógica del sistema es interpretada por los sujetos y la calidad de esta interpretación, junto con otras condiciones concretas, deciden si ejecutan la lógica sistémica por completo, en parte o si actúan en su contra. Su praxis es, por lo tanto, el resultado de ambos factores: lógica sistémica y lógica de la personalidad propia.

Querer cambiar la lógica del sistema presupone, por lo tanto, que el sujeto tenga o adquiera un software cultural (conciencia) que le permite: a) entender claramente la lógica del sistema en sus aspectos principales; b) su propia identidad y, c) las perspectivas de cambio que son objetivamente viables.

Marx y Engels dedicaron toda su vida a la creación de esta conciencia de clase y a la organización política-sindical de los actores de cambio. Explicaron y combatieron el efecto de socialización enajenante del trabajo fabril, por una parte, y el impacto de la deformación ideológica deliberada a través de los aparatos ideológicos del sistema, como la iglesia, la escuela, los medios de comunicación, por otra. La superación de ambos tipos de enajenación en los sujetos era un medio; el fin consistía en la acumulación de fuerzas, capaces de producir el cambio radical deseado.

Ver Indice del Libro "El socialismo del Siglo XXI"

1 comentarios:

  1. nini dijo...

    leelo si estudias estudios juridicos

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