El juicio sobre el fin de la sociedad burguesa no se basa en apreciaciones subjetivas de este autor, sino en los conocimientos de la ciencia y de la ética (ciencia crítica) sobre lo que podría ser la convivencia humana en la actualidad y lo que es. Ante los “ojos de la razón” (la teoría), las mistificaciones de la burguesía quedan sin efecto y dejan clara su trayectoria histórica: desde su génesis en las acumulaciones originarias del capital y del poder en los siglos XVII y XVIII, su período de “adolescencia” en el siglo XIX, de madurez en el siglo XX, hasta su fase clásica, que se inició al terminar la Segunda Guerra Mundial. Esta última fase, en la cual alcanza su configuración prototípica, marca, al mismo tiempo, su ocaso hacia la civilización postcapitalista.

Para entender este juicio de la ciencia crítica nos tenemos que detener un momento en las razones que lo fundamentan. La ciencia nos ha hecho entender los misterios del universo al darnos explicaciones sobre el por qué de las cosas. Por esas explicaciones sabemos que el ser humano utiliza diferentes sistemas simbólicos, para interpretar la realidad y orientarse en ella, como el sentido común, el pensamiento mágico, el estético y artístico, el filosófico y el religioso, entre otros.

Cada uno de estos sistemas cumple funciones específicas para la sobrevivencia humana, pero únicamente la ciencia tiene la capacidad de proporcionarnos un conocimiento objetivo sobre los fenómenos y, de esta manera, hacernos entender cómo son en realidad. Por ejemplo, si una persona detecta una mancha en su piel y quiere saber si es un melanoma (cáncer), sólo la ciencia (medicina) le puede dar la respuesta y con esta respuesta, posiblemente encontrará un método o remedio para curarse. Y lo que vale para la salud de una persona también vale para la “patología” de una sociedad: sólo la ciencia permite entenderla a fondo y desarrollar, sobre este diagnóstico, programas de cambio viables. Hagamos uso, por lo tanto, de lo que el filósofo Hegel denominaba “los ojos de la razón”, lo que en Marx y Engels aparece como la “filosofía de la praxis” y que nosotros llamamos, simplemente, la ciencia o la ciencia ética.

El avance de las ciencias modernas ha proporcionado un creciente número de conocimientos objetivos acerca de las leyes que determinan el comportamiento de todo lo que existe (universo), incluyendo a la sociedad humana y el individuo. De esos conocimientos, nos interesan para este trabajo, cinco.

1. El universo tiene sólo dos modos de existir: como sustancia (materia) y como energía. Esta propiedad o característica significa que todos los fenómenos, desde una piedra hasta el pensamiento humano, son materia y/o energía y pueden, en última instancia, ser explicados como tales.
2. Todo lo que existe se encuentra en incesante movimiento, es decir, en constante evolución o cambio, tal como observamos en el átomo, la célula, el organismo, las organizaciones humanas y el cosmos, entre otros fenómenos. Excepto la sustancia y la energía, todo lo que observamos en la naturaleza y en la sociedad, es, por consiguiente, pasajero o transitorio. La interrogante acerca de la sociedad burguesa y la economía nacional de mercado no es, por lo tanto, si son fenómenos transitorios o permanentes, sino simplemente:

a) ¿Cuáles son sus tiempos de cambio? y,

b) ¿Qué tipo de civilización los sustituirá? Suponer que las instituciones burguesas no son pasajeras, sino que representan el fin de la evolución humana (Fukuyama) significa caer en el absurdo de afirmar que la sociedad burguesa se encuentra exenta de las leyes ontológicas del universo. Es por esa característica de lo existente que Marx dice que el comunismo como tal no es el punto final de la evolución humana (Ziel der menschlichen Entwicklung), sino sólo la “necesaria figura” de su futuro cercano (después del capitalismo).

3. Los movimientos o comportamientos de la realidad pueden describirse con conceptos de la matemática. Utilizando tales conceptos podemos describir a la evolución con cinco dinámicas diferentes: a) la lineal, b) la no-lineal, c) la probabilística,1 d) la caótica (imprevisible) o, e) una combinación de las cuatro. Las relaciones sociales entre humanos se desarrollan, por lo general, cobre una combinación de esas cuatro dinámicas de comportamiento o evolución. Es el inciso “d” el que explica lo que Marx y Engels entendieron y analizaron como procesos dialécticos y saltos cualitativos en la evolución de la sociedad o, en el plano político, como la dialéctica de reforma y revolución.
Debido a la característica “d” del universo, ciertos procesos de movimiento (evolución) de la naturaleza y de la sociedad pueden —en determinadas fases de su desarrollo o bajo ciertas circunstancias— cambiar la calidad de su comportamiento o su “estado”, es decir, asumir un comportamiento o estado diferente, como cuando el agua se congela y se convierte de un líquido en un sólido, o cuando se calienta y se convierte en un gas. En la filosofía tradicional se expresó este cambio de comportamiento mediante el concepto “salto cualitativo”; en las ciencias sociales y políticas se solía calificar como “revolución” y, en la física moderna se expresa como salto cuántico, cambio de fase o cambio de estado del sistema.


Las implicaciones de este descubrimiento de la ciencia moderna son fundamentales para todo proyecto histórico postcapitalista porque significan:

1. Que el cambio de estado es una legalidad del universo y no sólo de los sistemas sociales humanos, tal como había asumido el concepto y la teoría de la “revolución”, anteriormente;

2. que los procesos revolucionarios o saltos cualitativos no son necesariamente irreversibles, tal como se observa en ciertos procesos de la naturaleza (agua-vaporagua);

3. que, conociendo las condiciones de comportamiento del sistema, es decir, su evolución “normal”, las circunstancias que provocarán un salto cualitativo en su comportamiento son previsibles con cierta probabilidad; 4. que el cambio de estado del sistema (la revolución) puede tener diferentes grados de “ruptura” y, por lo tanto, diferentes grados de continuidad. Un ejemplo natural de este fenómeno es la conversión de agua en vapor, que desde el punto de vista de la física es considerada como un salto cualitativo del sistema (de un líquido a un gas), pero desde el punto de vista de la química, no.
Uno de los múltiples ejemplos sociales de este fenómeno es la revolución de la independencia en América Latina. El salto cualitativo se operó sólo en el subsistema político de la sociedad latinoamericana postcolonial, al desplazar la elite criolla a la elite española dentro la clase dominante, pero no hubo ningún cambio cualitativo en el sistema económico ni en el cultural. Es decir, el peso de la ruptura fue menor que el peso de las fuerzas de permanencia, lo que explica el estancamiento de la transformación y la persistencia del neocolonialismo en Nuestra América.

4. El universo está organizado en sistemas, conjuntos o redes. Esta propiedad significa que no existe nada en la realidad que no forme parte de un sistema mayor. No hay elementos aislados en el universo natural o social. Una persona pertenece a una familia, a una institución de trabajo, a una sociedad nacional, que, a su vez, es un subsistema regional de la economía global, etcétera. Este carácter sistémico del universo es fundamental para su comprensión y tiene que reflejarse adecuadamente en la teoría, tal como sucedió en las obras de los grandes pensadores como Hegel
(“El todo es lo verdadero”), Marx, Engels y Lenin. El movimiento de la luna, por ejemplo, no puede explicarse racionalmente fuera del sistema solar; la evolución de una bacteria es inexplicable fuera del entorno en que se reproduce y el comportamiento humano —desligado de su contexto social— siempre será una incógnita.

5. Por último, todos los elementos que conforman el universo, tienen una identidad particular.
Un átomo, por ejemplo, está definido en su particularidad por su masa, su carga eléctrica y su spin, entre otras propiedades. Un sistema biológico, como un perro, una planta o un ser humano, dispone de un genoma (configuración de genes) que es único en el universo; pero, el ser humano tiene, además de sus propiedades físicas y biológicas singulares, una identidad cultural (software) que le da una particularidad o identidad inconfundible frente a todos los demás humanos. Es esa identidad humana —históricamente analizada en la filosofía política como conciencia del sujeto— que es el pilar fundamental de toda praxis humana y de todo proyecto histórico.

Podemos diferenciar tres tipos de sistemas en el universo, según el grado de organización o complejidad de la materia que los forman: los prebiológicos, con propiedades meramente físicas o físico-químicas, por ejemplo, una piedra; los biológicos, como una planta, una bacteria o un animal que, además de las propiedades físico-químicas tienen una propiedad vital, y los sistemas sociales humanos, como una persona, una familia, una empresa o un Estado que tienen una cuarta propiedad que es la capacidad individual o colectiva de razonar. A estos últimos se llama también propositivos, porque la mente humana tiene la capacidad de planificar racionalmente el futuro del sistema.
La libertad del sujeto para cambiar un determinado sistema, está determinada por cuatro factores: a) la situación de estabilidad o inestabilidad estructural y coyuntural en que se encuentra el sistema en el momento del cambio planeado; b) la dirección de su evolución; c) la dinámica (velocidad) de su evolución; d) la fase del ciclo de vida en el que se encuentra en el momento del cambio.

Todo sistema tiene un ciclo de vida que depende de dos factores: a) de la complejidad de organización de la materia de los entes que lo conforman y, b) de su relación con el entorno. Esto explica, por qué son diferentes los ciclos de vida de un sistema prebiológico, biológico o social humano. Una piedra puede existir cientos de miles de años, un animal máximo alrededor de 180
años y una sociedad humana (como la china), algunos miles de años.

El criterio para determinar en qué fase del ciclo de vida se encuentra un sistema que se pretende cambiar es, para el caso de los elementos meramente físicos, la organización de la materia que los compone, y el entorno. En el caso de una piedra, si está hecha: a) de cantera, granito, mármol, etcétera y, b) si está expuesta al flujo de un río, al sol, al frío y al viento, entre otros factores. En los sistemas biológicos, el ciclo de vida depende de: a) la configuración genética (genoma) que determina los parámetros de existencia (edad) del sistema, por ejemplo, una planta, junto con, b) las condiciones favorables o desfavorables de su medio ambiente.

En las instituciones sociales humanas el ciclo de vida tiene que definirse de otra forma, dado que
no se acaban por descomposición de la materia ni por predisposición genética, sino:

a) en el caso de los subsistemas, por el agotamiento de su capacidad de contribuir a la manutención del sistema superior a que pertenecen;

b) en el caso de los macrosistemas, como una sociedad entera, porque:
bb) pierde el apoyo de sus ciudadanos o, bc) es disuelta por una intervención desde el exterior.

En el caso “a”, el subsistema económico de una sociedad ha terminado su ciclo de vida cuando deja de satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos y, por lo tanto, se vuelve disfuncional para la manutención del sistema en su conjunto. Ejemplos para la pérdida de legitimidad de un sistema socio-político son la República Democrática Alemana (RDA) y para la invasión exterior la agresión de la OTAN contra Yugoslavia que terminó en la separación de Kosovo.

Dicho de otra manera: cuando se agota la viabilidad histórica (historicidad) de un sistema social
establecido, por ejemplo, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo, el socialismo soviético, se
abren las puertas a un cambio cualitativo en su comportamiento, es decir, a un “cambio de estado” o salto cuántico, ya sea por la vía de la implosión, como en el caso del socialismo soviético; por la vía de la evolución interna o por la destrucción desde el entorno global.

En cuanto a la praxis humana, el concepto de ciclo de vida de un sistema social es de gran importancia, porque decide si un sujeto de cambio aparece en la escena histórica como el Mío Cid o Don Quijote, es decir, como figura heroica o tragicómica.

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